jueves, 14 de enero de 2016

El tatuaje en Argentina

En nuestro país aparece masivamente en la década de los 80 como un dibujo estéticamente agradable a la vista, con variados colores, con instrumentación descartable y leyes de seguridad higiénica.

En la década de los 90 las expresiones artísticas hicieron eclosión, de esta manera, se expresaron en lugares públicos como la calle, los barrios, las plazas, etc. Había una necesidad de ser reconocidos y hacerse escuchar. Se suma a este fenómeno social el tatuaje.

Nacen así en Argentina 3 tipos de tatuajes:
  •  Los tatuajes convencionales: estéticamente agradables a la vista
  • Los tatuajes tumberos: son frecuentes dentro de instituciones carcelarias o reformatorios. Se los denomina de esta forma porque esos lugares son considerados tumbas, donde el sujeto permanece encerrado, privado de la libertad, con restricción horaria, dividido en pabellones y en habitáculos con poca luz. Poseen un código significativo muy amplio, según el dibujo se puede distinguir a un gay, a un delincuente peligroso, a un asesino, del que roba.
  • Los tatuajes escrachos: utilizan esta práctica los grupos juveniles de barrios marginales, ya que es de menor costo y con elementos caseros, aunque los riesgos de infección y transmisión de enfermedades están al orden del día. 

     
     En nuestros días la práctica del dibujo permanente sobre la piel es considerada una decisión puramente individualista: los sujetos, trabajando sobre sus identidades, buscan reforzar su posición frente a los otros. Así surge la práctica del tatuaje como un conjunto de respuestas frente a la diversidad cultural vigente.

Frente al resquebrajamiento de lo instituido, surge entre las grietas de un sujeto autónomo, responsable de su propia identidad. Actualmente, la práctica se realiza como algo estético, con sentidos que difieren de sus antepasados, donde el denominador común es su ritualidad.

También, el cuerpo es el nuevo soporte artístico de comunicación.
Es por esto, que a pesar de ser una decisión personal, pasa a formar parte de un fenómeno social.

Desde este paradigma podemos comprender la práctica del tatuaje como producción de sentido, donde los jóvenes van construyendo su propia identidad dentro de un contexto social, en el cual el estereotipo de un sujeto con marcas en su cuerpo tenía connotaciones negativas.

El cuerpo se transforma en el lienzo de la expresión artística tanto del tatuador como del portador.

Actualmente tiene una dinámica que no para, crece y está en continuo movimiento. Asimismo prevalecen los estilos más tradicionales (japonés, americano y tribal), que son los que tienen muchos años de maduración.

Es por esto que es considerado un arte, que crea, y no una moda, caracterizada por lo efímero del fenómeno.

Igualmente se lo diferencia del arte de la pintura sobre lienzo u otros materiales estáticos: cuando se tatúa se está jugando con el paso del tiempo, porque está hecho en un ser vivo.


La práctica de marcar la piel es residual, es decir, es utilizada desde hace miles de siglos y continúa aún en vigencia en varias culturas, incluyendo la nuestra, donde en cada contexto se resignifica.

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